Por: Jota De

Para comprender la dimensión histórica de estos hallazgos, es imperativo volver a la herida fundacional: octubre de 2002. La Operación Orión no fue una simple acción de "retoma" institucional, sino el despliegue máximo del terrorismo de Estado en alianza abierta con el paramilitarismo. Bajo la excusa de pacificar la Comuna 13, la Fuerza Pública le abrió paso al Bloque Cacique Nutibara, instaurando un régimen de control territorial donde la desaparición forzada se convirtió en la estrategia sistemática para eliminar la disidencia social y sembrar el terror. Orión no terminó cuando se fueron los helicópteros; continuó en el silencio de las noches y en la ausencia de los que nunca volvieron.

Fue en esa arquitectura de la muerte que La Escombrera dejó de ser un simple depósito de materiales para convertirse en el engranaje final de la máquina de guerra. Lo que el Estado y los paramilitares ejecutaban en las calles, lo ocultaban en la montaña. Este lugar se transformó en una fosa común a la vista de todos, donde los cuerpos de los hijos de la comuna fueron sepultados bajo metros de tierra y desechos de una ciudad indiferente. Durante dos décadas, permitir que se siguieran arrojando escombros allí no fue un acto administrativo, sino una decisión política de sepultar la verdad, intentando que la geología artificial del olvido borrara para siempre la evidencia del crimen.

Durante más de dos décadas, la respuesta institucional fue la negación. A las madres, esposas y hermanas de la organización Mujeres Caminando por la Verdad les dijeron "locas", les dijeron que allí no había nada, que dejaran de escarbar el pasado. Pero el hallazgo de las primeras estructuras óseas hace exactamente un año confirmó lo que ellas gritaron hasta quedarse sin voz: La Escombrera es la fosa común urbana más grande del mundo y allí, bajo la desidia oficial, yacían sus hijos.

Políticamente, este aniversario marca la derrota de la narrativa del olvido. Que la Jurisdicción Especial para la Paz haya logrado recuperar cuerpos en este polígono (y que hoy ya estemos hablando de identificaciones y entregas dignas) es la prueba irrefutable de que en la Comuna 13 operó una maquinaria de desaparición forzada con complicidad de la Fuerza Pública.

Estos hallazgos desmontan el pacto de silencio. Cada fragmento recuperado es una sentencia contra quienes ordenaron borrar a una generación y contra quienes administraron la impunidad. La "verdad judicial" que hoy emerge no es un regalo de las instituciones; es una conquista arrancada a la tierra por la insistencia terca y amorosa de las buscadoras.

Hoy la reivindicación debe ser total para ellas. A las Mujeres Caminando por la Verdad: ustedes siempre tuvieron la razón.

Este aniversario es un homenaje a su pedagogía del amor furioso. Mientras la ciudad seguía su curso indiferente, ustedes subían la loma, demarcaban el terreno con sus propios pasos y convertían el dolor en una brújula. 

Este primer año de hallazgos es apenas el comienzo. La grieta que abrimos juntos ya no se puede cerrar. La exigencia hoy, más fuerte que nunca, es la continuidad ininterrumpida de las intervenciones, la celeridad en las identificaciones y la protección irrestricta del polígono de búsqueda.

No vamos a permitir que la burocracia ralentice lo que el amor aceleró.